El delito que finaliza a las seis


Parece que ya va llegar. Me despido de todos mis amigos y entro a la casa cansada, algo satisfecha y me dispongo a arreglar mi aspecto. Primero me lavo las manos y la cara, me quito la falda short aguamarina, la que me mandó mi papá y que supuestamente escogió su esposa cuando fueron a comprarnos la ropa para fin de año, la camisa blanca está igual de sucia que mis pies pues las sandalias no son la mejor opción en estos casos. ¿Será que lavo de una vez? Me pregunto internamente. Después de haberlo pensado decido no hacerlo pues me siento cansada y además podrían encontrarme con las manos en la masa.
Luego de haberme lavado los pies, me pongo la pijama o alguna ropa ligera para dormir. Son más o menos las seis y media, creo que no demora en llegar. Me acuesto al lado de mi hermana que se encuentra viendo programas televisivos de poco interés para mí. Pasan diez o quince minutos y escucho las llaves, ese sonido característico de cuando ella camina con ese montón de piezas de metal. Tiene una de la puerta principal de la taberna, donde trabaja los fines de semana como administradora y soportando a algunos que se minimizan, caen deslizándose dentro la botella y nadan para sobrevivir. Dos de las llaves son las del local donde confecciona y vende ropa deportiva, dos son de la casa, tres son de los cajones del chifonier y las otras tres o cuatro son de candados de los que no tengo conocimiento.
-¡Ábranme! Exclama agitada por la loma que acaba de subir. Mi hermana me dice que vaya y abra. La recibo con un abrazo y un beso. ¿Cómo le fue, mami? Le pregunto.
. -Bien, Fer. Me responde, veo en su cara mucho cansancio. Nos sirve la comida a mi hermana y a mí, después nos vamos a dormir. 
Escucho los pájaros de las cinco y media que siempre se posan en los cables del alumbrado público. Me levanto a bañarme, el agua es helada, suena el televisor de fondo con la voz del padre Linero. Paso a desayunar: es caldo, arepa y chocolate, casi siempre que tenemos que ir a estudiar mi mamá nos prepara este desayuno. 
La escuela queda como a siete cuadras una bajando la loma y las demás subiendo. Llegamos a la esquina donde se dividen nuestros destinos, pues mi hermana está en la secundaria y debe caminar una cuadra y media más, yo estoy a tan solo unos pasos. Ya casi va sonar el timbre, miro el reloj morado que me regaló mi mamá, falta un minuto, son las 6:44.
Llego al salón de clase, la jornada transcurre sin ningún inconveniente. En el recreo, me dirijo al puestico de doña Ludy. Hay una aglomeración de niños, sin embargo, corro con suerte porque las empanadas son deliciosas; ella hace la masa diferente, siempre tienen buen color, un color crocante y a veces el queso se sale y se tuesta, son las favoritas de todos. No se han acabado, con una moneda de mil me compro una empanada y un jugo hit de mora. A veces traigo uno o dos cuarticos de arepa de la del desayuno, a mis amigas les encanta. Nos sentamos en un pequeño círculo a hablar y ellas empiezan a contar lo mucho que se divirtieron anoche. -¿A qué hora se entraron anoche? Le pregunta Jennifer a Karen y a Juliana. -Como mi mamá iba subiendo me fui a las 8. Responde Karen. Juliana dice: nosotras nos entramos tarde. Los papás de Juliana son los dueños de uno de los restaurantes que está ubicado en el parque, donde paran los buses intermunicipales, siempre hay mucho trabajo allí. Contaron todas como se divirtieron jugando al “escondite”, que no había luz en todo el parque y por lo tanto fue más interesante la dinámica. También contaron que conocieron a los hijos del policía que llegó trasladado la semana pasada, que eran lindos decían, y que la pasaron muy bien, que del escondite pasaron a “La lleva” y luego al “Ponchao”. Yo solo puedo oír e imaginarme lo que cuentan. Suena el timbre, vamos al salón, la profesora Marta sigue la clase, casi nadie le presta atención, Helver y Jorge solo se empeñan en hacer chistes y distraer al grupo. El sonido que anuncia que la jornada ha finalizado, se pronuncia. Vamos al restaurante escolar con Jennifer y luego a nuestras casas. Son aproximadamente las doce y media y encuentro a mi mamá reposando el almuerzo para ir a trabajar. Me quito el uniforme y elijo ponerme una sudadera azul que me hizo mi mamá y una camisa celeste. Me recuesto al lado de ella, en el televisor están pasando las noticias del medio día mientras toma la siesta plácidamente.
A escondidas, decido cambiar el canal, pues no soporto las noticias, además, a esta hora pasan “El chavo”. Mágicamente mi mamá despierta al escuchar que cambio el canal y me dice: -No me quite las noticias. Y le respondo: pero, mami, usted está es dormida. Me dice: - pero estoy escuchando. Algo aburrida con esa respuesta, solo espero que sean las dos de la tarde. Llegan las dos y mi mamá sigue ahí en la casa un poco malhumorada porque mi hermana no llega, pues ella sale a la una de estudiar y ya es hora de irse al trabajo. 
La mayoría de tardes me voy para la casa de Doña Tere o Maria Tere, como le decimos de cariño.
-¿Nandita, va tomar cajecito? Me dice a veces por debajo de la puerta o me grita desde su solar paralelo al patio de mi casa. Doña Tere tiene aproximadamente unos cincuenta años, vive al lado derecho de mi casa. Casi siempre está sola porque sus hijos mayores se fueron a vivir a Bogotá, su esposo Custodio llega a las cinco o seis de la tarde de trabajar y Libia, su hija menor, se la pasa estudiando fuera de la casa. Maria Tere siempre ha estado pendiente de mi hermana y de mí, sobre todo de mí. Me dice mi mamá que desde que yo estaba bien chiquita ella le ayudaba a cuidarme. 
Esta tarde mientras llega mi hermana voy a estar en la casa de ella. Mi mamá se va tranquila al local, porque sabe que quedo en buenas manos. Maria Tere me pregunta sobre el estudio, sobre mi hermano Óscar, que ya no vive con nosotros y sobre mi papá. Yo siempre le pregunto sobre el montón de árboles, plantas y flores que hay en su jardín, frecuentemente veo algo nuevo. La que más me gusta es brilla las once ella me dice que se llama así porque a las once sus flores blancas, se abren totalmente y luego se cierran. Cuando llego a la casa de Doña Tere paso de una vez para el solar a ver si en medio de la tierra puedo encontrar algún juguete o alguna parte de este sepultado como ha ocurrido en ocasiones anteriores. Mientras tanto mi compañía lava a mano unas camisas de botones de Don custodio. El agua de la llave del lavadero baja con mucha presión, me hace recordar la cascada que queda a la salida del El tuno, una vereda del pueblo. Y más con ese sol tan picante que está haciendo.
Empiezo a escuchar los gritos de Camila, Cristian, Silvia y los demás niños de la cuadra jugando en la calle, ese ruido me produce una inquietud tal vez evidente. Pues me dan ganas de salir corriendo a jugar con ellos. Le digo a Maria Tere voy a ver si ya viene Nana, así le decíamos a mi hermana. Ella me responde: -No se vaya a quedar por allá. -No señora. La excusa de estar pendiente de mi hermana tal vez fue notoria pues la sugerencia de Tere se tornó contundente. Cuando salgo a la esquina escucho que me gritan desde arriba a media cuadra de distancia.
-Fernanda, vamos a jugar.
Les digo: es que no ha llegado mi hermana. Siento ansiedad, quiero decirles que sí y quedarme ahí, pero recuerdo lo que me dijo doña Tere. Entonces decido regresar. Me siento en la puerta de la casa de Maria tal vez para ver a qué están jugando y no perderlos de vista por si acaso puedo integrarme más tarde. 
Mi hermana llega a la casa, pienso en qué tan conveniente sea irme con ella o quedarme allí, hasta que decido ir y tratar de convencerla.
Me despido de Doña Tere, me voy para la casa y no hallo como decirle, sin embargo, mientras ella ve televisión le digo: -Nana, ¿me deja salir un rato a jugar? A lo que ella responde de manera negativa.
-Fernanda, usted sabe como es mi mamá. Póngase a hacer las tareas.
Le respondo que no tengo, le ruego que me deje salir y que no le voy a decir nada a mi mamá que no me voy demorar. Mi mamá no me deja salir a la calle, me lo tiene prohibido porque dice que allá uno solo aprende groserías, que uno se vuelve gamín. Por lo mismo tenemos prohibido salir después de las seis de la tarde, además que a esa hora salen a jugar los chinos más grandes y más escandalosos. Tampoco nos deja entrar a nadie a la casa, ni hacer tareas, ni a jugar, ni a nada. A veces opto por mirar por debajo de la puerta como juegan los demás, a mi lado, acostado también mi perro Toby, entonces mi hermana cede a dejarme salir a escondidas. Esta vez no es la excepción. -Ya sabe a qué hora llegar, Fer. Me dice mientras me acolita semejante falta.
Salgo de la casa como mi perro Toby, cuando le abren la puerta. Corremos hacia el tejar que queda para la parte de arriba de mi casa, es el espacio favorito por todos para jugar puesto que, cae un chorrito de un nacimiento desde el guayabal que hay más arriba y con eso imaginamos que es un gran río, nos escondemos detrás de las torres de ladrillos y tejas que con tanto esfuerzo fabrica el señor Polo, quien se molesta de vernos allá metidos porque a veces le dañamos los ladrillos frescos, las huellas de los zapatos talla 27 o 29 son la prueba contundente del daño. Luego recorremos las cuadras del barrio corriendo y así se pasan las horas rápidamente. Veo como se va ocultando el sol, la opacidad de las cinco es notoria y las risas se van suavizando. Llegadas las seis corro a casa porque ya casi va llegar, entro me quito la ropa  me lavo la cara, los pies y las manos, y busco algo de ropa  limpia y cómoda, y me recuesto al lado de mi hermana  como para que no haya ninguna prueba del delito.


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